Sala La Imperdible

El otro más allá de nuestros ojos no existe. Romeo es el recuerdo que Romeo tiene de Julieta. Julieta es una astilla en el cerebro de Romeo. Y nada más.

Romeo ama a Julieta viva. Muerta no le sirve de nada. Romeo siente culpa por la muerte de su amadao porque el VIH que llevaba lae ha dejado inanimadao.

Pero Julieta es un pensamiento de Romeo. No existe más allá de él. Es a él mismo a quien grita, si grita. Es su mancha la que intenta tapar. Romeo se va. Julieta permanece sin él. Es decir, desaparece. No existe el pensamiento sin pensante. No existe el amor sin el amante. Ni el odio sin el que odia. Tampoco la culpa sin la víctima. Pero esto es el final.

En el principio, Romeo cuenta su historia ante la cámara de audiencias. Su historia no es la de Shakespeare. Su historia es la de Juan José Morales “Tate”. La audiencia es el público. La escena es su cabeza. Los objetos representan su historia biográfica. Y Julieta es un muñeco. Tiene la misma valía real que un recuerdo. El Julieta que compartió el amor con Romeo ya no existe.

Todo el mundo conoce la historia. Romeo se pregunta si es justo que muera ante la tumba de Julieta, que lo amó por encima de su instinto de supervivencia. Julieta nos pregunta si somos capaces de sentir un sentimiento ajeno. Si el público puede traspasar la barrera de una intimidad que no les pertenece. El teatro es inútil en el fondo. Cómo los anuncios de televisión sobre televisores que nos muestran la esplendida calidad de imagen del televisor que nos quieren vender a través de la limitada capacidad de imagen de nuestro televisor.

La intimad es intransferible. Como Julieta sin Romeo. ¿Y al contrario?

Perdonen el caos. Es sólo un recuerdo. Como el tacto de la piel de Julieta. Como la determinación de amar aunque implique el virus y aceptar la muerte como el futuro imperfecto del sexo.

Un actor cuenta con sus marionetas, como Cabezota, un  chaval pobre y delgado, en vez de hacerse rico y gordo, consigue huir del Hambre.

Todo comienza, cuando por el camino, se encuentra cara a cara con su propio destino.  Aunque le parece bastante feo, recibe de él un regalo, la Gallina más famosa del mundo.

El problema viene cuando nuestro amigo se entera, que ésta no puede poner huevos normales. Todos los huevos que pone son de oro puro y no sirven ni para una tortilla francesa. ¡Es de locos! El pobre no sabe que hacer con el oro. El oro, como todos bien sabemos, ni se come, ni se bebe. Para no morir de hambre Cabezota decide vender los huevos de oro y comprar huevos auténticos. 

Pero fracaso tras fracaso, llega hasta el palacio del Rey aquí Todo Mio. Este le engaña, para apoderarse de la Gallina de los Huevos de Oro, con el propósito de matarla y sacar todo el oro que lleva dentro, de una sola vez. Esta claro: ¡cuanto más rico eres, más hambre tienes! 

La solución dramática llega cuando la Princesa, en búsqueda de un marido “sea quien sea”, consigue “despertar” al Cabezota, para liberar su gallina. Huyen juntos, los tres, hasta otro cuento, lejos del palacio donde reina la codicia tiránica. 

El mensaje conceptual es: Para huir del hambre tienes que desprenderte de la codicia.

Texto original, dirección, interpretación: Plamen Dipchikov

Marionetas, escenografía, vestuario y diseño de iluminación: Ani Petrova

IDIOMA: CASTELLANO 

Todo lo que comienza nace.

Desde el momento que un bebé es gestado comienza un gran viaje a la vida. Donde es el protagonista y lo veremos crecer en el transcurso del espectáculo. El tiempo irá marcando alguno de los momentos importantes de crecimiento y aprendizaje, el amor, los miedos son algunos de ellos. El retablo gira y como un cubo másico se va transformando en la panza de mamá, el cuarto del bebé, los sueños.

 

Con una variedad ecléctica de recursos artísticos esta historia se irá contando y te podrás sorprender viendo títeres de mesa, títeres de boca con varilla, teatro, máscara y dibujo en vivo. Con mucha interacción con el púalico los disfrutan desde los niños hasta los adultos.

Creación, actuación y títeres: Julia Sigliano

Dirección: Manuel Mansilla y Julia Sigliano